Al igual que en los anteriores artículos, sigo hablando del conflicto en este. Esta vez dedicado al miedo, como la base de cualquier conflicto.
Ya en el anterior artículo, «El fuego del conflicto», al hablar de «la amenaza de lo diferente», nombraba la emoción del miedo. Teniendo en cuenta que la principal función de esta emoción es protegernos, es normal que surja ante cualquier amenaza, real o imaginaria.
Es una emoción muy fisiológica en el sentido de que, cuando sentimos miedo, nuestro cuerpo se prepara para ponernos a salvo: aumenta el ritmo cardíaco y la sudoración, se dilatan las pupilas y segregamos cortisol y adrenalina. Todos nuestros sentidos se ponen en alerta dispuestos a reaccionar ante una amenaza.
En este punto quiero diferenciar el susto, del miedo y del estrés. Digamos que son tres respuestas diferentes ante las amenazas que están directamente vinculadas a la durabilidad de las mismas.
Así, el susto es nuestra reacción más primaria ante algo imprevisto y de breve duración. Normalmente, justo en el momento en que recibimos la impresión que nos hace «saltar», difícilmente podemos definir de qué se trata. Es una reacción automática que apenas pasa por nuestra consciencia. Es justo después, cuando somos capaces de decir…, ah, era esto o aquello lo que nos asustó. La de botes que damos sentados en nuestro sofá o en la butaca de un cine cuando nos asustamos (o nos asustan) con alguna escena de una película.
El miedo es más duradero. Cuando este se produce sí que sabemos, o podemos saber al menos, qué es lo que lo desencadena. Podemos darle un nombre mientras lo estamos sintiendo y toda nuestra fisiología se ha puesto en marcha para salvaguardarnos de esa amenaza. Cuánto miedo pasamos algunas personas al ver revolotear a nuestro alrededor una avispa o si tenemos que caminar por una senda pegada a un precipicio.
El estrés aun se prolonga más en el tiempo. Aunque no siempre, muchas veces está provocado por algo más difuso, más difícil de definir, incluso imaginario. Puede ser una causa no identificada con claridad o múltiples causas que unidas nos mantienen en un estado de alerta permanente. En otras ocasiones, tenemos bien identificada la fuente de nuestro temor, pero por la razón que sea, no podemos zafarnos de ella y/o eliminarla. Es quizás la más patológica y perniciosa de las tres reacciones. Qué difícil es sostener día tras día el acudir a un trabajo en el que tu jefe o la tarea que tienes que hacer son percibidas como algo amenazante, y más si tu familia depende de los ingresos que obtienes con él.
Además, hay que decir que cuando tenemos miedo solemos actuar de tres formas básicas diferentes, según el tipo de amenaza y/o de nosotras mismas. En este sentido podemos paralizarnos, huir o atacar. Paralizarnos nos da la posibilidad de valorar a qué nos enfrentamos y cómo hacerlo, y/o pasar desapercibidos ante lo que o quién nos amenaza; huimos si pensamos que no podremos hacerle frente; atacamos si por el contrario nos sentimos con capacidad para confrontarla.
¿Qué tiene que ver todo le expuesto hasta ahora con los conflictos? Pues absolutamente todo. En el fondo, fondo, fondo de todo conflicto está el miedo. Se genera un conflicto cuando tenemos miedo al estar en riesgo nuestra integridad física o psíquica; o si nos da miedo perder algún derecho (la custodia de nuestros hijos, el despido injusto de un trabajo, etc); o si nos da miedo ser invadidos o colonizados por personas de otra raza o cultura. Podríamos enumerar infinidad de situaciones de este tipo. De hecho, si analizamos alguno de los conflictos activos en los que estemos inmersos en este momento cualquiera de nosotras, estoy casi seguro de que encontraremos algo que nos está generando miedo.
Por este motivo es muy importante abordar cualquier conflicto preguntándose por cuáles son los miedos de las partes implicadas. Qué temen y qué quieren salvaguardar. De qué se quieren proteger. Su comportamiento y el «para qué» lo hacen tendrá una relación directa con la respuesta a estas preguntas.
Así que contestar estas preguntas es tener mucho ganado. Si además, podemos generar un espacio de seguridad en el que las personas puedan decirse las unas a las otras, «tengo miedo de…», mostrando su vulnerabilidad, habremos dado un paso de gigante en la gestión de los conflictos.
Tanto es así que si, nombrados los miedos somos capaces de desvelar la necesidades que subyacen debajo, podremos empezar a vislumbrar las estrategias y/o marcos regulatorios, que puedan dar como resultado una resolución de los conflictos.
Esto, acompañado de la presencia en el «aquí y ahora», una buena escucha activa, el uso de la comunicación no violenta y otras «herramientas» son el fundamento de mi trabajo a la hora de hacer una mediación o abordar cualquier conflicto grupal.
Quiero subrayar, que a mi particularmente, no me gusta hablar de «resolver conflictos», me gusta más enfocarlo como «gestionar conflictos«. De hecho, muchas de las situaciones simplemente se resuelven transitoriamente. Vivimos en un mundo cambiante; cambian nuestros intereses, opiniones y valores; cambian las personas que nos rodean; las circunstancias de vida, la economía, la sociedad, la cultura; por cambiar hasta cambia el tiempo atmosférico, jejeje. Como dice la canción…, «cambia, todo cambia». Así, nuestros conflictos no dejan de ser un proceso cambiante en sí mismos.
No quiero acabar este artículo sin nombrar que lo opuesto al amor no es el odio, sino el miedo. Y que es el amor vs el miedo, estos dos elementos, estas dos fuerzas, estos dos vectores, estas dos polaridades, las que, en definitiva, mueven el mundo.
Espero que os estén resultando interesantes estos artículos sobre el conflicto. De ser así, por si os animáis, os comparto el enlace a mi artículo anterior en el que os hablaba sobre nuestro próximo taller que va de todo esto: «Píldoras para crecer». Os dejo también el cartel aquí abajo.
Precio del taller 30 €
Reserva de plaza 15 €