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El triángulo dramático

Tres manos unidas

Hoy quiero abordar un juego de roles típico en todo conflicto. Se conoce como triángulo dramático y fue el psicólogo transaccional Stephen Karpman el que propuso este modelo. Por este motivo también es conocido como triángulo dramático de Karpman.

En nuestro día a día todas participamos de relaciones en los que las diferencias de poder están presentes. Padres – hijos/as, profesores/as – alumnos/as, jefes/as – empleados/as, hombres – mujeres, etc. En todas estas y otras muchas relaciones el poder está en juego y el abuso del mismo suele estar presente en algún momento. A fuerza de haber participado en ese tipo de relaciones creo que todas sabemos a qué me estoy refiriendo.

En general es fácil reconocer el daño que nos hacen. Sentimos nuestro dolor a poco que nos agreden de cualquier forma y solemos culpar a la otra persona de lo que nos ocurre. La queja sale fácil y si encontramos a una persona que nos escuche, solemos desahogarnos con ella. Empezamos a actuar como víctimas siendo la culpa y la queja los anclajes básicos que nos sostienen en ese rol.

Sin embargo, nos resulta muchísimo más difícil darnos cuenta del dolor que infringimos a otras personas. Reconocer el daño que nosotras hacemos, muchas veces de forma desapercibida, suele tropezar con un límite personal y social. A ninguna, en general, nos gusta vernos como «la mala de la película», como la perseguidora; va contra los valores de la cultura en la que estamos inmersos, contra la imagen que nos gusta proyectar de nosotras mismas y contra nuestra propia autoimagen.

Sin embargo, estoy seguro que de todas nosotras se han quejado alguna vez. Sea con o sin razón, esa queja suele ser el aviso más claro de que, en algún sentido estamos actuando como agresoras. Al menos, la persona que la expresa, seguro que está sintiéndose víctima de algo que hemos hecho o dicho.

Para completar este «juego» de roles nos falta la persona salvadora. Esta suele ser a la que se recurre para contar lo ocurrido y que tras «escucharnos» se solidariza con nosotras; ve lo injusto de la situación y se ofrece para ayudarnos, dándonos apoyo o incluso intermediando. Es este un rol complicado que cuando nos toca jugarlo nos hace sentir bien, casi como si estuviéramos por encima de las otras. Nos acerca a esa imagen de la buena persona que ayuda a las demás, y… ¿Quién no quiere ser vista de esta forma y sentirse como una excelente persona?

Cada uno de estos roles suele tener unas características típicas:

  • Persona Perseguidora (yo soy la buena, tú eres la mala):

Suele tener un cierto estatus que le reporta poder del que abusa consciente o inconscientemente. Es un rol que genera miedo y admiración y que gusta de ser imitado. Suele usar un lenguaje directo, con imperativos y órdenes prejuiciando las acciones y emociones de las otras personas. Hecha la culpa a los demás. Menosprecia a las víctimas de las que piensa que no hacen nada bien y que por tanto se merecen que las traten así. Experimenta rabia contenida, desprecio y ganas de causar daño. Suele obtener lo que quiere a corto plazo. Se siente poderosa, importante. Aun así, sus relaciones son insatisfactorias pues el respeto que le tienen no es auténtico, es fruto del miedo que genera.

  • Persona Salvadora (estando yo aquí no tienes que preocuparte por nada, yo lo haré por ti):

Necesita ser necesitada. Su apoyo puede ser valioso si es desinteresado y empático, pero normalmente suele sobreproteger impidiendo el auto-empoderamiento de la víctima. Ofrece una ayuda que no es saludable ni oportuna por mantener la autoimagen de persona bondadosa. Suelen hacer cosas que realmente no quieren hacer o hacen más de lo que les corresponde. Puede transformarse en víctima de la víctima si no la apoya como ella espera. Puede terminar pagando los platos rotos.

Es un rol muy adictivo que en muchas ocasiones sólo busca saciar esa adicción y que puede llegar, incluso, a agravar la situación entre agresora y víctima. Suele usar un lenguaje compasivo con la víctima al tiempo que critica al agresor. Le gusta mantener el control y manipular las situaciones en las que interviene. Presume de sus habilidades para arreglar los problemas. Suele necesitar caerle bien a las otras personas. Le gusta sentirse indispensable. Se preocupa demasiado por las demás.

  • Persona Víctima (pobre de mi):

Se ve así misma como necesitada de ayuda, como que no puede solventar la situación por sí misma. Se comporta de forma temerosa y desvalorizada, aunque en ocasiones puede mostrarse agresiva. Su lenguaje es bastante negativo, muy auto-compasivo. Suele sentir que no puede cambiar o actuar de otra forma. Se siente impotente y con baja autoestima. Se ve así misma sufriendo y padeciendo una situación, pero no intenta resolverla manteniéndose en ese estado. Al mismo tiempo obtiene ciertas ganancias al jugar este rol: recibe ayuda, genera simpatía y atención, no necesita auto-responsabilizarse y actuar para resolver el problema, ni enfrentarse al miedo que le da cambiar. Inventa innumerables excusas para no abandonar este rol. Buscará la venganza. Provoca miedo en el salvador y culpa en el perseguidor.

Obviamente hay «víctimas reales» personas que no se aferran a su victimismo y que de verdad desean salir de su posición de desventaja y vulnerabilidad.

En el triángulo dramático se establece un dinámica disfuncional y destructiva que retroalimenta la interdependencia y los lazos entre estos tres roles. Hay que tener en cuenta que estos roles no son fijos y que pueden intercambiarse en el transcurso del conflicto dependiendo del momento o la situación.

De alguna manera los tres roles ejercen un poder, incluida la víctima. Es obvio en la persona agresora, también en la salvadora, pero mantenerse en el victimismo también es ejercer un poder que, como veíamos, puede reportar ciertos beneficios.

Pero tal y como Acey Choy propuso en 1990, podemos romper esta dinámica perniciosa para transformar el «triángulo dramático» en el «triángulo del ganador».

Para ello el primer paso sería reconocer que estamos jugando alguno de estos tres roles para dejar de hacerlo. Pero muchas veces al intentar cambiar la situación, lo único que conseguimos es cambiar de rol sin salir del triángulo. Así que ¿Qué actitudes tendríamos que adoptar para salir de él?

Según Acey Choy estas serían las actitudes que tendrían que adoptar los tres roles:

La perseguidora debe adoptar una actitud asertiva, encaminada a satisfacer sus necesidades y hacer valer sus derechos a través de la asertividad, sin castigar. Se hace consciente de su poder y lo usa para el bien de todas transformándose en un líder. Expone sus razones y solicita la opinión de las otras teniéndolas en cuenta.

La salvadora debe adoptar una actitud empática, mostrando interés por la persona vulnerable pero respetando su propia capacidad para resolver el problema. No asumirá más responsabilidad de la que le sea solicitada y dentro de los límites que ella misma establezca. Actúa con transparencia y compasión acogiendo a ambas partes. Tiene una visión global y considera cuánta ayuda puede ser necesaria. Interviene lo justo pasando a ser una facilitadora o una élder.

Por último, la víctima adopta una actitud de vulnerabilidad que le permite conectar con su sufrimiento pero asumiendo su propia responsabilidad a la hora de resolver la situación en la que está. Se hace consciente de su situación convirtiendo la crítica en algo útil y constructivo. Así mismo vive la situación como un proceso de aprendizaje y abandona los deseos de sabotaje y venganza.

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1 comentario en «El triángulo dramático»

  1. Muchas gracias por tan clara explicación. El triángulo dramático siempre me ha parecido muy interesante y me siento muy identificada con la salvadora pero veo también como a veces adopto los otros roles. Es importante también saber como salir de ellos y con tu artículo es una manera de saber cómo empezar.

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