Esta semana tuve que ir a trabajar a la provincia de Granada para un proyecto relacionado con el entorno y la educación. En concreto, se trata de cambiar el proyecto de centro de una escuela rural adaptándolo a una nueva forma de acompañar el desarrollo integral de los peques conectado con su propio entorno de vida. En principio, me habían encomendado una tarea concreta para abordar en la reunión del AMPA del centro. Son ellos los que están impulsando el proyecto. Al poco de iniciar la sesión de trabajo y explicarles algunas ideas generales sobre cómo la Facilitación de procesos de grupo podría ayudarles, se dieron cuenta de que, realmente, no se sabía muy bien por dónde empezar.
Bueno, en realidad el grupo ya habían empezado antes de que yo viniera con dos, desde mi punto de vista, buenos pasos. El primero es que habían decidido contar con la Facilitación para sostener su proyecto. El segundo que, de alguna manera, las personas del AMPA, ya habían compartido su idea de cómo les gustaría que fuese la escuela de sus hijas/os.
Todos los proyectos que realizamos las personas empiezan en el mismo sitio, la mente de alguna de nosotras. Siempre es un «sueño», una idea, algo etéreo que no se sabe muy bien de dónde surge. Algo que trata de hacerse realidad a través nuestra, de nuestra inteligencia, de nuestras acciones, de nuestros recursos. En cualquier caso siempre es algo creativo, en el sentido literal de la palabra. Nos transformamos en pequeños dioses con el poder de hacer realidad un sueño. Desde ese momento se inician multitud de procesos que pueden determinar que este se materialice o no.
El primer paso es saber si este «sueño» necesita de otras personas para realizarse. Si se puede realizar en solitario, sólo dependerá de esa única persona su puesta en marcha. Pero lo normal es que estas ideas necesiten del apoyo de otras personas que se impliquen en el trabajo. De ser así, como bien hicieron las compañeras de este proyecto, hay que compartir el sueño.
Compartir un sueño implica que este empiece a cambiar. Cada una de las personas con las que se comparte tiene su propia idea. Si bien la diversidad podría enriquecer muchísimo la visión primigenia, también, como vimos en «El fuego del conflicto» y en «El miedo, la base de todo conflicto», puede ser la fuente de las primeras dificultades de todo proyecto. Aquí aparece la primera criba que puede determinar quiénes formarán parte del mismo o seguirán otro camino. Siempre es mucho mejor que esto suceda en ese momento que más adelante, cuando aún no se ha puesto demasiado de una misma y es más fácil desligarse.
Suele ser normal que, de la mano del proceso de consensuar una visión y misión común para un proyecto, surjan las primeras preguntas importantes. ¿Cuáles serán los apoyos que tendremos? ¿Dónde se encuentran los peligros? ¿Cómo nos vamos a organizar? ¿De qué estructuras nos vamos a dotar? ¿Quiénes podrán formar parte del grupo? ¿Cómo resolveremos nuestras diferencias? Pero una de las más relevantes y que es preciso responder casi desde el minuto cero es ¿Quién decide qué y cómo?
Esta fue la pregunta que les lancé en esta primera reunión a los participantes del proyecto. La pregunta que hizo que se replantearan la agenda de esa sesión y a la que dieron respuesta para poder seguir avanzando. Y es que mi trabajo consiste en muchas ocasiones en hacer preguntas más que en aportar respuestas. Las decisiones siempre son tomadas por el grupo.
Decidir conlleva ir definiendo un camino, optar entre posibilidades, aterrizar las ideas al mundo de lo posible. Las circunstancias en las que se desarrollan los proyectos los determinan: los recursos que se tienen o se pueden conseguir para el mismo; la cultura en la que está inmerso; las normas y leyes que pueden afectarlo; etc. Pero al final, lo que más influye son las propias personas que forman parte de él. ¡No hay proyecto sin personas!
Como ya expliqué en el «Modelo de efectividad grupal», los proyectos surgen en ocasiones de una forma muy natural y orgánica. Son las propias necesidades del proyecto las que, de forma similar a un ser vivo, van demandando lo que hacer en cada momento. Traer conciencia al grupo de cuáles son estas demandas y proponerles estrategias o herramientas para abordarlas, es básicamente la tarea de las facilitadoras.
En nuestra cultura de trabajo en grupo todo se lleva al mismo espacio, las llamadas «asambleas», que convocamos básicamente para tomar decisiones. Los conocimientos reunidos por la Facilitación nos indican que las necesidades de todo proyecto se alinean en cuatro áreas diferentes: la gobernanza, la indagación, la cohesión y la gestión emocional. Intentar atender todo esto en esas «asambleas» suele ser caótico. Así que, cuando intento responder a la cuestión de «por dónde empezar», mi respuesta es: empecemos por colocar cada cosa en su sitio. Reunirnos para atender cada uno de estos aspectos hace que resulte más fácil y seguro hacer realidad un sueño, aunque tal vez vayamos algo más lentas. Como decía un lema «quicemayista»… vamos lentos porque vamos lejos.
Resumiendo: soñemos, compartamos el sueño y consensuémoslo, veamos quiénes estamos alineados con él, determinemos cómo tomar decisiones, coloquemos cada cosa en su sitio y empecemos a trabajar. En mi opinión por aquí es por dónde se podría empezar.
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