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Mi madre tiene alzheimer.

Alzheimer

Mi madre tiene alzheimer. Hace ya bastantes años que se lo diagnosticaron. Su enfermedad ha ido progresando lentamente en todo este tiempo. Por suerte siempre ha estado bien atendida por la familia.

Como parte de las muchas cosas que hago para cuidarla, una de las más importantes es escucharla. Para ello procuro estar presente y atento a lo que dice, por muy disparatado que pueda parecerme. Mi raciocinio no es el suyo. Su voz, venga de dónde venga, es tan importante para mi como la de la persona más cuerda del mundo. Cuente lo que me cuente, me intereso, le hago preguntas al respecto, e indago en la fuente de sus ideas acompañándola.

A la muerte de mi padre, junto a ella, vivimos una de las situaciones más duras. Si bien todos en la familia estábamos afectados por el duelo, en su caso la situación se hizo muy complicada. Como en la película «El día de la marmota», cada día vivía el fallecimiento de su «esposo» como si acabara de suceder.

A poco que un rayo de conciencia iluminaba su mente rompía a llorar, nos decía que esa mañana había estado con él, que cómo había pasado,… Poco a poco se calmaba descargando su tristeza y desconsuelo. Y al día siguiente o incluso a las pocas horas, vuelta a empezar.

Por primera vez el alzheimer nos colocó en una difícil encrucijada. No sabíamos qué era mejor. Si le decíamos la verdad revivía una y otra vez el momento de la muerte de nuestro padre, y nosotros con ella. Si le seguíamos la corriente y por ejemplo le decíamos que estaba con mi hermana, conforme pasaban las horas y veía que no llegaba a casa se intranquilizaba… ¿dónde se ha metido tu padre? Es la hora de cenar y aun no ha venido… y claro, había que decirle la verdad.

Consultamos con expertos y todos coincidían en que no había una forma definida de actuar. Que hiciéramos lo que mejor supiéramos o pudiéramos pues cada persona era un mundo. Tan sólo nos daban la certeza de que poco a poco iría integrando su muerte. Así que optamos por no mentir y sostener, por muy duro que fuese. Efectivamente, tras un tiempo, pudimos ir hablando del tema sin que se generara una crisis.

Mi madre siempre ha sido una mujer inteligente. Quizás no tan culta como inteligente. De ese tipo de inteligencia que la ha ayudado a sobrevivir, que no es poco. Como a tantas otras personas mayores, le tocó vivir nuestra Guerra Civil siendo niña, y pasó toda su adolescencia y juventud durante los difíciles años de la posguerra. A pesar de todo, siempre fue una mujer amable, alegre y con buen carácter. El bálsamo que necesitaba mi familia para equilibrar el fuerte temperamento de mi padre.

Aunque su mente va perdiendo esas hojas del recuerdo que nos hacen ser quién somos, esa chispa de inteligencia sigue brillando en muchas cosas. Tiene respuestas para todo y tira de los recursos que su gastado cerebro aun le permite.

No hace tanto andaba desesperada por casa buscando algo. En esas situaciones procuro observar, atender y acompañar. La veía dar vueltas, abrir cajones, ir de un lugar a otro…

– Mamá, ¿necesitas ayuda?

– Es que no sé dónde lo he puesto.

– Pero ¿qué buscas? Dímelo y lo buscamos juntos.

Cuando lo encuentre te lo diré.

¿Qué os parece la respuesta? «Cuando lo encuentre te lo diré», ahí es nada. Tiene la total coherencia de su «locura». En su cabeza tiene todo el sentido. Como decía, una respuesta para todo y, además, creativa e inteligente.

Disfruto mucho cuidándola, y no por ser mi obligación como hijo, sino por todo lo que aun me hace aprender. Aprendo porque escucho y escucho porque aprendí a hacerlo. La Facilitación y la Gestalt me han aportado esta maravillosa «herramienta» que me permite hacer escucha profunda. Que me capacita incluso, para conectar con los vacíos de la memoria de mi madre de los que emergen esas fantásticas respuestas.

Podré darle todos los medicamentos que el neurólogo le manda. Aun así, estoy convencido de que la mejor medicina es hacerla sentir acompañada en esos viajes que la pierden en su desvencijada memoria. Verla confundirme con mi padre y seguirle la corriente con preguntas que la vuelvan a conectar con la realidad. Aunque no siempre lo consiga. Reírnos juntos por su confusión y minimizar su angustia ante ella.

Mi madre tiene alzheimer y yo sé escuchar. Escuchar sus desvaríos y sus certezas. Escuchar sus enfados y entender de dónde nacen. Mantener siempre mi presencia en su deambular errático por la casa, tan sólo interviniendo cuando es necesario. Mientras, dejarla hacer hasta donde sus propios límites le permiten; hasta donde es capaz de llegar; hasta donde es capaz de sostener.

Al fin y al cabo… ¿no es eso lo que todos necesitamos? Que nos acompañen, nos dejen hacer y después que nos escuchen para reencontrar nuestra esencia y el sentido de lo que hacemos. En el fondo necesitamos que nos quieran. Que nos quieran sobre todo por nuestros errores, desvaríos y locuras.

¡Así quiero escucharos!

Dedicado a Rosa.

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10 comentarios en «Mi madre tiene alzheimer.»

  1. Fermí Pérez Escandell

    Que gran prueba!, querer a quien comete errores, desvaríos y locuras.
    Yo también pasé por esa experiencia en mi madre y en mi padre.
    Gracias por compartir ese estilo de cuidado.

  2. Me conmueve tu relato por su profunda sencillez y cercanía. Leo y os veo y doy fe q todo lo q cuentas es relato fiel,contado aquí con muchísimo amor. Pero es q Rosa es muy grande….

  3. Mis dos abuelas tuvieron Alzheimer, me enseñaron su mundo, se me desgarró y se me abrió el corazón, aún cuando yo no quisiera.. por eso tu vivencia llega a mis entrañas, por lo agradecida que les estoy y les estaré siempre. Gracias por compartir, por tu presencia y escucha. Y es que escuchando a Rosa estás escuchando su alma.

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