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Mar Menor, mal mayor.

Hoy quiero compartir una reflexión personal sobre lo acontecido en el Mar Menor. Empiezo compartiendo un reportaje reciente sobre lo ocurrido en la laguna.

Mi vinculación con este espacio natural ha sido y es muy profunda. Imagino que como tantas y tantas otras personas de Cartagena y del resto de la región, soy otro más de los que he pasado gran parte de mi vida disfrutando de él. Multitud de recuerdos de mi niñez, juventud y adultez me tienen emocionalmente arraigado a esa laguna.

Llevo varias semanas «devorando» información sobre su situación actual, bastante desesperanzado respecto a su recuperación. A estas alturas, a poco que uno se informe, todas sabemos de las múltiples agresiones que ha sufrido y viene sufriendo este entorno. La urbanización masiva de La Manga y el resto de su ribera; los arrastres de los estériles mineros; la mala gestión de las aguas fecales; la proliferación de puertos deportivos y las actividades vinculadas a ellos; y, por supuesto, la que ha sido la mayor agresión de los últimos años, la trasformación de secano a regadío de toda la cuenca vertiente. Todo esto, sostenido en el tiempo y permitido, cuando no impulsado por los diferentes gobiernos, el nacional, el regional y los locales, cuyos intereses han estado en otra parte, ha dado como resultado el desastre que tenemos delante.

Abordar esta situación, como tantas otras, a través de la culpa, es decir, buscando culpables y de una forma punitiva, es una vía necesaria pero, que a la larga no sé qué alcance podrá tener.

Pienso en el famoso axioma «el que contamina paga» y lo vinculo a otro de nuestros grandes desastres ecológicos locales, como es el de la Bahía de Portmán y casi me da la risa, por no llorar, claro.

Para mi es un ejemplo de como las multinacionales que explotaron los minerales de nuestras sierras luego no asumieron responsabilidades. Ni siquiera punitivamente fuimos capaces de que pagaran y restituyeran el daño hecho. Se marcharon con los beneficios en sus cuentas y dejaron el desaguisado para los que vivimos aquí. Para que lo resolvamos, si podemos, con dinero público, es decir, con nuestro propio dinero.

No soy para nada un experto, pero intuyo que, siendo cierto que en su momento esta actividad pudo generar puestos de trabajo y traer cierta riqueza a la zona, lo hizo porque los costes medio ambientales no fueron tenidos en cuenta. Quiero decir, que si las multinacionales hubieran metido en sus balances lo que les iba a costar dejar el territorio como lo encontraron, tal vez no habrían ni siquiera pensado en establecerse aquí. Pan para hoy, hambre para mañana.

Pues bien, creo que nos encontramos en una situación similar con la agroindustria en este momento. Este sector no ha previsto en sus costes lo que supondría el cultivo medioambientalmente sostenible. No ha hecho una valoración del daño que su actividad podría causar a los acuíferos y al Mar Menor a lo largo del tiempo. No ha tenido en cuenta lo que económicamente costaría recuperarlo. Si estas empresas metieran todo esto en sus balances, ¿a cuanto tendrían que vender una lechuga, un melón, un pimiento, un calabacín o cualquier otro producto agrícola de los que se producen en el entorno de la laguna? ¿Podrían competir en el mercado hortofrutícola? ¿Realmente les saldría a cuenta?

Y se irán, no sé si lo verán mis ojos, pero se irán. Sin ser un visionario o tirar de «bola de cristal» casi tengo la certeza de que se irán. Certeza que me llega tras observar lo ocurrido antes aquí y en otras partes del mundo. Como siempre hace esta economía capitalista insostenible y depredadora, cuando esto ya no sea rentable, se irán. A cambio de los beneficios actuales que se llevan unas «pocas», nos dejarán un MAL MAYOR, el Mar Menor Muerto.

Hay un aspecto de todo este drama que me exacerba muchísimo. Sé que es una de las «voces» internas que tengo, pero de las que más grita en este momento. Me refiero a ese «tirar la piedra y esconder la mano», ese «entre todas la matamos pero ella sola se murió». En resumidas cuentas, esta mala costumbre, tan arraigada en nuestro país, de no asumir y reconocer las responsabilidades.

Intentando poner una mirada «facilitadora» sobre este asunto del Mar Menor me viene una idea. Se trata de lo que en Facilitación podríamos definir como «congruencia de la responsabilidad».

Decimos que cuando una persona u organización, consciente o inconscientemente, provoca un daño generando dolor, se da cuenta y es capaz de reconocerlo abiertamente, esto te dignifica. De alguna manera esto te da más valor del que tenías. Te empodera ante los demás generando confianza.

Pero este reconocimiento de tu responsabilidad debe ser congruente, debe ser de «verdad». Y esta verdad es reconocida por todas al estar alineadas la emoción, el pensamiento y la acción. No hacen falta pruebas, es algo que se siente, que está en el «campo». Es un punto álgido manifestado a través de una emoción colectiva y, en muchas ocasiones a través de un profundo silencio. Tal vez no me asistan las palabras para expresarlo, pero los que hemos vivido alguno de estos momentos, entenderán a qué me refiero.

En cualquier caso, muchas cosas serían diferentes si todas fuésemos más congruentes en nuestras responsabilidades. Empezando por cada una de nosotras y terminando por las personas que tienen poder, ya sean políticos, directivos de una multinacional o cualquier otro semejante. Al fin y al cabo son como nosotras, sólo que con poder y privilegios. El Mar Menor tendría futuro de ser así.

Y ya que estamos con acontecimientos acaecidos en el mar, recomiendo la lectura de la novela «Capitanes intrépidos» de R. Kipling para ver un buen ejemplo de «congruencia de la responsabilidad» en la figura del personaje Disko Troop,  el capitán del barco «We’re Here».

Dejo para el final la posibilidad de ver este reportaje «En nombre del Mar Menor» del programa Crónicas de RTVE.

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