La facilitación como tal no puede ser, y de hecho no lo es, una práctica neutra desde el punto de vista de la ideología. Como cualquier otra profesión, actúa en su ejercicio desde unos principios y teorías que determinan la interpretación que hace del mundo. Es desde ahí que incide en los entornos en los que desarrolla su trabajo tratando de explicar los acontecimientos y aportando una específica visión del “por qué de las cosas”. Usa sus propias “gafas” para observar y entender los fenómenos relacionales y estructurales de todo grupo humano.
Esta mirada se sustenta básicamente en lo que podríamos denominar la «triada capitolina» de la facilitación. Una visión de los grupos desde un enfoque sistémico, holístico y sostenible.
Pero decir esto es como no decir nada si no explicamos estos tres conceptos. Vamos a ello.
Enfoque sistémico.
Los grupos humanos van más allá de ser un agregado de individuos autónomos e independientes (Grupo, definición de una realidad). Son un sistema complejo formado por diferentes personas que actúan entre sí. Como resultado de estas interacciones generan una dinámica propia que va a influir en el propio grupo y en la gente que lo forma.
Podríamos decir que es como un guiso en el que la suma de todos los ingredientes y del propio proceso de cocción nos dará como resultado un sabor, color, textura y olor específico. Algo que es consustancial a ese plato y que, aunque volvamos a cocinarlo con los mismos ingredientes y de la misma manera, nunca resultará del todo exactamente igual. En algún sentido siempre habrá factores que hacen del resultado algo impredecible.
Así, cualquier persona que se incorpora o abandona un grupo influirá en el ambiente relacional del mismo (campo grupal). Esto también incluye a la figura del facilitador que, cuando trabaja con un grupo, pasa a formar parte del sistema.
La visión sistémica también nos permite mirar al grupo como un sistema inmerso en otro u otros sistemas grupales. Es por esto que interactúan entre sí influyéndose mutuamente a un tiempo. Todo grupo está inmerso en una comunidad local, barrio, ciudad, región, país, etc, con los que, en alguna medida, comparte valores, normas sociales y cultura que sin duda ejerce influencia en él y sus miembros.
En nuestro globalizado mundo podríamos diferenciar diferentes niveles sistémicos que abarcan desde pequeños grupos locales (entendidos como sistemas en si mismos), hasta el propio sistema mundial. A su vez también podríamos diferenciar estos grupos atendiendo a otras características sistémicas como podrían ser su sistema económico, su sistema político, su sistema organizacional, etc.
En todo caso, un facilitador tendrá que atender a este aspecto sistémico del grupo con el que trabaja para poder entender mejor todos los procesos que podrán generarse en el mismo.
Enfoque holístico.
Para poder entender este concepto es necesario primero explicar que es un holón. Podemos definirlo como parte de un todo más grande que, al mismo tiempo, es una totalidad en sí mismo.
Desde esta perspectiva, un grupo es una entidad existencial con una esencia propia. Este va más allá de la suma de las personas que lo componen. Es un ser autónomo cuyas características no son explicables solamente a partir de sus componentes. Gozan de propiedades emergentes propias que los hacen únicos y diferentes los unos de los otros. Incluso podríamos atribuirle características de un ser vivo.
Al mismo tiempo también podemos entender esta visión holística en un sentido más holográfico. Es decir, desde el concepto de la auto-similitud, la idea de que el todo es similar a cualquier parte de sí mismo.
Por lo tanto podemos interpretar cualquier grupo como un ente fractal cuyas características y procesos son similares a las de otros grupos en los que está inmerso o que están contenidos en él (subgrupos internos). Algo así como las matrioskas rusas.
Sus virtudes, valores, dificultades y problemas son reflejo de las que vemos a nuestro alrededor en el mundo. Es por esto que A. Mindell dice que cuando trabajamos en resolver y gestionar las dificultades de un grupo, estamos trabajando también a un nivel más global. Esta visión respalda sentencias tan conocidas como la de «tenemos los políticos que nos merecemos» como reflejo de la sociedad que somos, o la de «piensa globalmente y actúa localmente».
Enfoque sostenible.
Por último, este concepto nos invita a ver los grupos como un ecosistema en el que todas las partes son indispensables para su buen funcionamiento y al tiempo influyen las unas en las otras. Cada componente, a su manera, contribuye al mantenimiento y equilibrio del ecosistema en su conjunto.
Desde ahí, la facilitación ayuda a reconocer todas estas partes y polaridades, sobre todo aquellas que son marginadas, buscando su integración y poniendo en valor todo lo que aportan.
Es precisamente la diversidad del grupo (ecosistema) la que contribuye a la sabiduría colectiva y su resiliencia. En un mundo tan cambiante como el nuestro, disponer de múltiples recursos, conocimientos y experiencias encarnados en las personas que componen cualquier colectivo le permite fluir con los cambios, adaptarse y sobrevivir a los mismos.
Por último destacar que, como en cualquier ecosistema, nada se pierde, todo es reciclado o reutilizado de alguna forma. Todo resulta útil, incluso lo que en un principio pudiera parecer negativo, pues siempre es fuente de aprendizaje colectivo que pasa a formar parte de la propia cultura del grupo.
Por concluir, este enfoque sistémico, holístico y sostenible debe servir de orientación a cualquier persona que aborde un trabajo grupal. Son los pilares en los que se apoyará para interpretar la realidad del colectivo y que lo orientarán en su trabajo. A imitación de la triada capitolina, en la facilitación, el enfoque sistémico, holístico y sostenible se torna en una suerte de dioses que lo protegerán y guiarán en el despliegue de su trabajo profesional.