En esta segunda parte del anterior artículo «Ciclo de la experiencia de la Gestalt (I)» abordaremos los mecanismos neuróticos que impiden cerrar los procesos (ciclos) que se ponen en marcha a la hora de satisfacer nuestras necesidades. Estos corresponden a esas palabras que en la imagen inferior podéis ver al lado de las flechas rojas. Es decir: represión (este no es propiamente un mecanismo de la teoría de la Gestalt), proyección, introyección, retroflexión, deflexión y confluencia. En el marco teórico de la Gestalt hay dos más: proflexión y egotismo, que no abordaré por no extenderme en demasía. Cabe decir que hay otros mecanismos neuróticos o también llamados mecanismos de defensa, que pueden provenir de otros marcos teóricos de la psicología que no hace al caso explicar aquí. Nos centraremos en los propuestos por la teoría de la Gestalt y que aparecen en la imagen.
Todos estos mecanismos neuróticos se integran en nuestra personalidad pensando que son parte consustancial de la misma. Principalmente, son fruto de nuestro desarrollo del carácter en nuestra niñez. Digamos que son los mecanismos que usamos para «sobrevivir» ante carencias, situaciones que vivimos como peligrosas, heridas psicológicas, etc. Así mismo también pueden aparecer de forma brusca siendo más adultos ante situaciones traumáticas. Al final son disfuncionales si su objetivo es evitar el contacto con algo que nos genera sufrimiento y/o dolor bloqueándolos al satisfacer nuestras necesidades.
Otra característica importante que nombré en el anterior artículo es que todos estos mecanismos neuróticos los actuamos inconsciente y automáticamente. Así que el primer paso para poder gestionarlos es el «darse cuenta», tan fundamental en la Gestalt, y tomar conciencia de ellos. A partir de ahí podremos empezar a cambiar nuestro comportamiento o por lo menos a usarlos de forma consciente y cuando lo consideremos oportuno, siempre tomando responsabilidad de ello.
Enmarcada la génesis de estos mecanismos neuróticos y la vía para una mejor gestión de los mismos, pasemos a describirlos siguiendo la secuencia de la imagen y apoyándome, en algunos casos en otros ejemplos. Decir que lo intentaré hacer de forma escueta, sencilla y simple para una mejor comprensión, pero que con cualquiera de ellos podríamos extendernos mucho; incluso para hacer un artículo por mecanismo.
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Represión.
Es un mecanismo por el cual desconectamos de nuestras propias sensaciones y/o emociones. Estas son rechazadas de forma inconsciente pues tenemos un límite a entrar en contacto con ellas.
En el dibujo sería estar tumbados en la playa y por alguna cuestión ser incapaces de entrar en contacto con la sensación de calor, sudor y sed. De esta forma apenas empezaríamos a poner en marcha el ciclo para satisfacer la necesidad real de saciar la sed y refrescar el cuerpo.
Pongamos un ejemplo. Hace poco una amiga se quedó embarazada sin desearlo. Cuando se dio cuenta, entró en tal estado de shock que se quedó bloqueada e incapaz de entrar en contacto con las emociones que esto le generó. Nada, ni alegría, ni tristeza, ni rabia, ni culpabilidad, ni ternura,… En ella se estableció una batalla tan intensa entre tener o no tener al bebé y las emociones asociadas a cada una de las posturas, que inconscientemente su psique las bloqueo para no sufrir.
No es que fuera consciente de la discusión de sus voces internas sobre tenerlo o no tenerlo, valorando pros y contras. Ni siquiera que estuviera hecha un lío ante esa situación. Simplemente, no era capaz de sentir nada, en el sentido más literal de la expresión. Simplemente se desconectó de sí.
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Proyección.
En este mecanismo ponemos en otra persona lo que nos está pasando a nosotras, lo que estamos sintiendo o pensando, al tener un límite para entrar en contacto con ello (aspectos rechazados de nuestra personalidad). Así que responsabilizamos a otras personas o al entorno de lo que nos pasa. Nos transformamos en víctimas, en un sujeto pasivo.
Siguiendo con la imagen, nuestro cerebro percibe el calor y la sed, pero supongamos que el sudor nos da asco, lo rechazamos en nosotras mismas. Así que sin más le decimos a la persona que tenemos al lado… «anda no te arrimes tanto que estás sudando», aunque a lo mejor la otra persona no lo esté haciendo o quizás en menor medida que nosotras.
Seguramente habréis visto o sido partícipes de esa escena en la que abuelos, papás o vosotras mismas le decís a vuestros peques… «fulanita, ponte la chaqueta que hace frío». Esto es un claro ejemplo de proyección. Posiblemente quien estéis sintiendo el frío seáis vosotras y sin ni siquiera comprobarlo preguntándoles, dais por supuesto que los peques también.
Un ejemplo curioso de proyección es esta forma de hablar que usamos para cuando expresamos que nos duele algo. Decimos «me duele la cabeza» como si la cabeza fuese algo ajeno a nosotras. Cuando lo que deberíamos decir es «me duele mi cabeza» haciéndonos cargo de nuestra propia sensación.
Pero obviamente hay proyecciones más relevantes como pueden ser los prejuicios (de clase, género, físicos, de orientación sexual, etc), o los celos.
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Introyección.
Con este mecanismo pasa justo lo contrario que con la proyección. Hacemos nuestro lo que viene de fuera, de otra persona o del entorno. Lo tragamos sin digerirlo para asimilarlo e integrarlo. Es como comerse una piedra y dar por sentado que es parte de nuestro cuerpo.
Este mecanismo tiene un aspecto social positivo. Nos ayuda a integrar las normas sociales y culturales de la comunidad en la que nos desenvolvemos. El problema surge cuando alguna norma o valor ético o moral entra en colisión con nuestros deseos o necesidades innatas e intentamos rechazarlas en nosotras. En ese momento son fuente de sufrimiento.
También es positivo en el sentido de que es la manera en la que aprendemos, incorporando, digiriendo y asimilando la información a través del contacto con el entorno. En esta forma sana rechazamos lo que no nos interesa o nos conviene. Todas habremos pasado por esta experiencia cuando nos metemos una sobre dosis de estudio la noche antes de un examen. Una vez «vomitado» sobre el papel en la evaluación, si de verdad no es un asunto de nuestro interés, solemos olvidar lo estudiado al poco tiempo.
Sigamos con nuestro esquema con una mirada neurótica. Ahora en la playa sí que sentimos la sed y el calor, somos conscientes de ello pero… cómo me voy a ir al bar y dejar las cosas aquí, ¡me las van a robar!; o cómo me voy a meter en el agua en ropa interior, y menos desnuda/o. En definitiva, empezamos a contarnos «películas» que nos paralizan pues lo que deseamos profundamente entra en colisión con algo que pensamos que no deberíamos o tendríamos que hacer.
Vigilemos los «tengo que» o «debería» que nos decimos a nosotras mismas y analicemos de dónde vienen. ¿Dónde estás tú en todo esto? ¿Qué es lo que de verdad te llena, te satisface, le da sentido a tu vida?
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Retroflexión.
Retroflexión significa «volverse hacia uno mismo». En definitiva es hacernos a nosotras mismas lo que desearíamos hacer hacia afuera. La energía que deberíamos poner en actuar para generar un cambio en lo externo, la dirigimos contra nosotras al sentirnos impotentes de forma real o ficticia. Somos objeto de nuestra propia acción en vez de serlo el entorno u otras personas.
Se establece una lucha interna por satisfacer nuestras necesidades/deseos al creer que el entorno u otras personas no pueden/quieren hacerlo. Así que, neuróticamente pensamos que sólo tenemos dos opciones, o manipulamos a las personas para conseguirlo sin confrontarlas, o reprimimos nuestros deseos y necesidades. Es una lucha interna entre opresor y oprimido siendo uno mismo ambos aunque no al mismo tiempo.
Veámoslo en nuestro dibujo aunque en este caso la reacción puede ser más inverosímil. Sentimos el calor, la sed, el sudor y sabemos perfectamente lo que lo satisfaría. Pero como el calor no cesa, la sed aumenta y ¡ni siquiera sopla una brisa fresquita! ¡Pues nos vamos a casa enfadadas!. Hemos deseado que el ambiente satisfaga nuestra necesidad. Al no haber sido así nos hemos castigado dejando de disfrutar del día con los amigos y el contacto con la naturaleza.
Esto que parece un chiste o una pataleta de niño chico no tiene ni pizca de gracia cuando lo vemos reflejado en personas que se auto-lesionan o se suicidan. Al fin y al cabo esto último es el grado extremo de la retroflexión. Puesto que no puedo expresar mi frustración e ira contra otra persona o contra el mundo, lo hago contra mi misma.
Pero sin llegar tan lejos, podemos actuar de forma compulsiva según gane el opresor interno o le de revancha el oprimido. Podemos de esta forma meternos en un ciclo sin fin: tratamos de satisfacer nuestro deseo/necesidad; nos sentirnos culpables, inferiores y avergonzados al hacerlo; entonces lo reprimimos hasta que este deseo/necesidad vuelva a pulsar con fuerza, volviéndose a iniciar el ciclo. Sentirse como un ratón atrapado en una rueda en la que por más que se corra no se mueve del sitio, es lo que puede llevar a situaciones de auto-agresión extremas en los momentos de desesperación (sin esperanza, sin salida).
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Deflexión.
Aquí nos encontramos con un mecanismo que lo que busca es desensibilizarnos. Nos desvitaliza y nos «enfría». Se tiene miedo a la situación o a la persona con la que toca interactuar para satisfacer la necesidad. Así que, para evitar el «contacto» busca una escapatoria, se sale por la tangente. Puede ser que justo al abordar una conversación importante, salgas con una broma, un chiste o una pregunta desviando así la conversación a otro asunto. O cuando te toca afrontar una situación incómoda, resulta que siempre surge algo que te impide al final realizarlo.
Continuemos con nuestro cuento. Seguimos en la playa y nos hacemos cargo del calor y la sed que tenemos. Así que nos ponemos en pie pensando en la cervecita fresca que nos vamos a tomar. Somos muy «chulas» nosotras y sabemos, que pensar que nos van a robar la toalla es una neura. Así que, no hacemos caso a eso y, decididas, nos dirigimos al chiringuito. Se nos ve avanzar con paso firme hacia la barra. Cuando de repente, veo que la está atendiendo una conocida con la que no tengo ningunas ganas de hablar. Así que… desvío mi caminar y… ¿a dónde voy a ahora? Pues a tumbarme en la toalla otra vez.
Tiene mucho que ver con la procrastinación, eso que nos pasa tantas veces de ir dejando para otro momento aquello que sabemos que tenemos que hacer, pero que no nos apetece, nos resulta incómodo o puede generar tensión o ansiedad en nosotras.
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Confluencia.
Se da cuando la persona se desdibuja entre lo que es ella y el entorno u otra persona. No sabe dónde acaba ella y empieza lo externo a ella. No existen límites entre el yo y los otros, entre la persona y el ambiente. Se ha perdido todo o en parte el sentido del sí mismo. La persona no sabe qué es lo que la diferencia de las demás y no es capaz de verse, de conectar con sus necesidades, deseos y opiniones.
Cerremos el ciclo de la experiencia con este último mecanismo del dibujo. Esta vez si que voy a poner un ejemplo inverosímil del todo, o tal vez no, quién sabe. Pues conseguimos tomarnos la cerveza fresca y ahora nos vamos a refrescar el cuerpo entero metiéndonos en el mar. ¡Ah! que agustito se está inmerso en el agua bañándose… ¡Ummm! qué bien se está aquí. Yo me quedo aquí, Parece que el agua de mi cuerpo se fundiera con la del Mar. Yo soy agua, Yo soy el Mar. El Mar. La Maaaarrrr.
Siguiendo con otro ejemplo, en una reunión no tengo opinión propia. Alguien dice algo y yo de verdad que pienso lo mismo. Cinco minutos después se dice lo contrario y… es verdad que llevan razón. Correspondería básicamente a ser un «bien queda». Me pierdo, me pierdooooooo. Creo que todos sabemos a lo que me refiero. La separación entre el TÚ y el YO no existe. Me fusiono con el otro haciendo todo lo suyo mío y yo desaparezco.
Y ¿Qué pasa por ejemplo con los papás confluyentes que ven a sus hijos como una propia extensión de ellos mismos? ¿Cómo puede afectar a su prole? O ¿Qué pasa cuando no aceptamos socialmente lo diferente? Cuando, para sentirnos seguros ansiamos confluir (formar parte) con un modelo social determinado. Con el modelo que es afín a mi visión de las cosas. ¿Dónde queda la tolerancia y la riqueza de la diversidad?
Por ir cerrando, comentar que en muchas ocasiones una neurosis es fruto de varios mecanismos neuróticos. Puede haber alguno prevalente y venir participado de otro u otros de ellos. Pero siempre hay que tener en cuenta que estos mecanismos derivan en neuróticos cuando son inadecuados ante algunas situaciones o resultan ser crónicos y no sabemos actuar de otra manera. Pero son útiles y necesarios en otras ocasiones, como hemos visto en algunos de ellos.
Introyectar nos ayuda a aprender; proyectar nos es útil a la hora de planificar; retroflexionar puede venir muy bien para contenernos cuando sentimos impulsos asesinos hacia alguien; deflexionar puedes ser conveniente en un momento determinado si se usa conscientemente para distender el ambiente; confluir es conveniente para aunar criterios y tomar decisiones considerada previamente toda la diversidad de opiniones en un grupo.
Así que sí, seamos neuróticos, pero neuróticos conscientes.