Como decía mi madre: “todos los días son días de aprender” y este pasado sábado tuve la suerte de aprender algo importante para mí en el momento vital que estoy transitando.
Lo que me trajo esta toma de conciencia vino determinado por un trabajo que elegí atender en Alcázar de San Juan. Habían contactado con mi pareja para que fuéramos a impartir un taller de gestión de conflictos. Por circunstancias que no vienen al caso, finalmente decidimos que la formación la impartiríamos un compañero de Facilitasana y yo mismo.
El trabajo en sí no era tan extraordinario o difícil como para que en principio pudiera intranquilizarme. Este tipo de talleres ya llevo tiempo dándolos y no me generan tanto estrés como cuando me inicié como formador.
Sin embargo, desde que me comprometí con este trabajo, las “mariposillas” andaban por mi estómago. Durante los días previos, mientras pensaba en cómo enfocar el trabajo de manera que pudiera atender de la forma más eficaz los objetivos que me habían planteado, si me paraba a conectar con mi cuerpo, percibía cierta tensión y nerviosismo. Sin darle mayor importancia, seguí adelante con mi tarea.
El sábado, cuando ya íbamos de camino, al divisar Alcázar de San Juan, en una fracción de segundo volvió a asaltarme esa sensación en el estómago, pero esta vez mucho más potente y perturbadora. Hasta tal punto, que de forma inconsciente, mi cuerpo reaccionó haciendo una profunda respiración que terminó con un suspiro.
Mi compañero, que como buen facilitador lo percibió, entendió que algo me estaba pasando y me preguntó… ¿qué hay detrás de ese suspiro Ángel? ¿Te pasa algo? Y ¡zas!, me conectó con lo que había estado latente durante estos días previos.
Agradecido por su invitación a expresarme, le pedí que me ayudara a indagar sobre lo que había en el fondo y usando la “Comunicación No Violenta” fue conectándome con mis emociones y las necesidades subyacentes.
Lo que me estaba causando este desasosiego tenía que ver con mi necesidad de reconocimiento de mi profesionalidad por parte de un grupo de personas que no conocía y que habían depositado en mí su confianza para dar esta formación.
Pero buceando un poco más en esta aparente explicación, llegamos a la conclusión de que era una cuestión egoica. En el fondo sentía miedo, pero miedo ¿por qué? ¿Qué es lo que estaba en juego para que mi ego andara tan removido? Pues ni más ni menos que mi necesidad de ser eficaz, de contribución, de seguridad, de confiar en mi mismo. Y si miraba más profundamente, mi necesidad de cercanía, de aceptación, de afecto, de amor. ¡Sentía miedo de que no me quisieran!
Al nadar hacia la superficie tras bajar a este nivel más esencial me he dado cuenta de que, desde el verano pasado, cuando traspasé el comercio que durante casi 20 años he estado gestionando para dedicarme al 100 % a la facilitación, cada vez que me preguntaban a qué me dedicaba respondía que estaba de “reciclaje profesional”.
No es que no fuese verdad, pues todos estos meses ando haciendo diversas formaciones (Mediación, Trabajo de Procesos, Gestalt). Mi límite estaba en reconocerme, y hacerlo con orgullo, como un profesional de la Facilitación. Que hubiese congruencia entre lo que hago, lo que pienso y lo que siento. Que como cualquier otro profesional podré tener más o menos aciertos en el desarrollo de mi oficio (casi un arte para mi); podré “ganarme la vida” (menuda frasecita) mejor o peor con esto; pero desde ahora, cuando me pregunten a qué me dedico, tengo clara mi respuesta: tal como dice este blog, ahora sí con convencimiento, yo, Ángel Rosendo, soy Mediador y Facilitador de Procesos Grupales.
Ángel Rosendo (dedicado a Santilín)