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Improvisar versus planificar.

Mesa improvisada

Improvisar. Menuda palabrita para este oficio. ¿Cómo que improvisar? En nuestra cultura, y sobre todo en el ámbito de la ciencia, la empresa, las finanzas,… todo debe estar pensado y requetepensado. Nada puede quedar al azar.

En una anterior entrada os hablaba del “modelo de la efectividad grupal” que se sostiene sobre una estructura clara y lógica que trata de explicar el buen funcionamiento de un grupo. En la de hoy me sitúo en el lado opuesto y me contradigo a mi mismo. ¡Qué bien sienta este “juego»!

A mi me educaron para “controlar”, para saber qué hacer en cada momento, para saber que 1 + 1 son 2 y que si hago esto obtendré este otro resultado. Soy incapaz de abordar un trabajo sin haberlo minuciosamente analizado, pensado y planificado; diseñando la intervención que pondré en marcha cuando lo lleve a cabo. Soy el “estructurado” del grupo (estructura = miedo al caos).

Cuando llego a algún lugar a trabajar aparezco con mi “maleta de facilitación” en la que llevo todo lo que creo que necesitaré: post-its, cinta carrocera, rotuladores, papelógrafo, pizarra,… objetos habituales de mi oficio,… o cosas que pueden resultar más curiosas para las personas que no conocen la Facilitación como: velas, un corazón de goma, un cuenco tibetano, incienso, vendas para los ojos, figuras o piezas de «lego”, cartas, garbanzos, etc. ¡Mira que le doy vueltas a esa maleta antes de ir a trabajar! ¡No puede olvidárseme nada!

Y sí, muchas veces, gracias a mi experiencia, las cosas suceden como tenía previsto. ¡Pero no todas!

En estas otras ocasiones las circunstancias me obligan a improvisar, inventar, innovar, ingeniármelas sobre la marcha.

Una buena amiga uruguaya, Ana Rubio (representante de IIFAC para Latinoamérica), con la que tuve el gusto de trabajar hace un tiempo en “The art of co” en Donosti, me decía que antes de ponerse a trabajar con un grupo se repetía este mantra: “confío en las personas, confío en el grupo, confío en el proceso; lo que quiera que ocurra es lo que tenía que ocurrir”.

Efectivamente, este “dejarse llevar” por el momento segundo a segundo es otra de la habilidades fundamentales que tenemos que integrar en nuestra profesión. Una vez llegados a la orilla del río, hay que lanzarse al agua y fluir con él. Y cuidado, no sea que al final todo lo que has preparado para no ahogarte… te lleve al fondo. Estructura previa sí, pero llegado el momento, soltar y fluir.

Por mucho que queramos “controlar” va a ser el propio grupo y su proceso el que marcará el camino. Lo único que podemos hacer realmente es mantener nuestra presencia, enmarcar lo que ocurre y dejarse llevar aportando, desde nuestra experiencia, lo que uno sabe o puede hacer.

Hace poco, facilité una asamblea en una cooperativa que se intuía complicada. Le habíamos dado bastantes vueltas a la planificación para que nada quedara al azar. Sabíamos que a nivel relacional habían algunos asuntos no resueltos que podrían estallar durante el proceso.

Con sus dificultades, pudimos ir avanzando punto a punto en el orden del día. Tras 2 horas de reunión, estábamos en el último punto, el ruegos y preguntas y… ¡zas! Se abrió la “caja de Pandora”. Algunos comentarios desencadenaron una dimisión en cadena de toda la directiva.

Acabábamos de entrar en un proceso de gestión emocional que, a pesar del cansancio, teníamos que sostener. Lo importante ahora ya no eran las decisiones tomadas sino cómo se sentían las personas con todo lo ocurrido. Tratar de avanzar en el camino de la empatía alejándose de las suposiciones, interpretaciones y malas intenciones que estaban en el trasfondo de todo lo dicho.

El río nos había precipitado por una cascada que en la caída nos había causado dolor y sufrimiento. Ahora tocaba improvisar los primeros auxilios. Y ahí estuvimos casi otro par de horas intentando recomponer y clarificar lo que estaba debajo de la alfombra (segunda realidad que llamamos en facilitación).

Fluir con el presente, con lo que está vivo en cada momento, es un extraño y complejo baile entre lo que queremos como individuos, lo que quiere el grupo como entidad propia y lo que las circunstancias del momento nos traen. Y cada vez estoy más convencido de que la música que sostiene esta danza no es aleatoria, finalmente tiene su sentido (tercera realidad o realidad de esencia) y nos lleva justo a donde necesitamos para seguir evolucionando.

Confiar en que todo al final tiene un sentido es lo que nos permite improvisar.

¿Tú eres más de las personas que improvisan o de las que planifican?

Dedico esta entrada a mi amiga Ana Rubio.

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